Pues eso, primer día de
vacaciones en este verano que se presenta atípico, de cambio, de crisis, de que
nada volverá a ser lo mismo. Se me antoja hacer el paralelismo entre lo que me
espera en la vida personal y lo que nos espera en el ámbito económico y social,
pero una vocecita interna me pide que no lo haga, que descanse… a ver si le
logro hacer caso. Una playa peculiar nos esperaba, a un palmo de la
desembocadura del Ter, y con un mar frio y furioso que no nos acabó de seducir
para remojarnos en él. El viento constante y fresco no deja sentir la sensación
de calor, pero el sol alto y flagrante nos obliga a no bajar la guardia, a
embadurnarnos de cremas protectoras y a no quitarme el sombrero cubano de palma
que me confiere una pinta curiosa, por no decir chistosa.
Luego de una noche de
buen dormir, estaba espabilado y el cuerpo me pedía leer un rato, mirar el mar,
charlar sin rumbo preciso. Claro, no todo es placer, y tuve que compaginar mi
‘no-hacer-nada’ con la intermitente tarea de adiestrar a la Nea, con el
objetivo de intentar reprimir el instinto juguetón que le llena cada rincón de
sus 2 quilos y medio de minúscula envergadura, y le impele a perseguir
cualquier cosa, persona o animal que ose correr libremente a su alrededor. Es difícil
explicarle a un guiri cualquiera que la perrita no muerde, que no hace nada,
que sólo quiere jugar, cuando sus pequeños retoños corren despavoridos con la
susodicha perríta arremetiendo sus talones y gruñendo como cancerbero. Así que
primero intenté con gritos recios para cortar la envestida, luego intenté distraerla con juegos y
caricias para que no notase la cercanía de ‘la presa’, y finalmente opté con el
recurso de atarla a la pata de la silla y cortar las tonterías de raíz… vamos
que el adiestramiento no será cosa de una mañana, y su ‘instinto asesino’
(según lo perciben algunas de sus víctimas) tardará en remitir. Y claro,
siempre podría proponerme que a mi próxima mascota le enseñaré a entretenerse
de maneras más civilizadas que gruñir y morder amigablemente a cualquier objeto
o persona que entre en su campo visual… pero sinceramente, tiene su punto
lúdico reivindicativo ver el poder que puede tener un bicho tan chiquito.
Lilian estaba radiante
sentada en su trono plegable. Su cuerpo está hecho para el mar, la playa y el
sol. Empiezo a tomarme en serio sus reiterativas bromas de que deberíamos pillarnos una casa
en Cabo de Gata e irnos a buscar la vida, a dejarlo todo y empezar desde la
nada. Ya veremos. Soy hombre de metas de corto plazo, y de momento intento ser
consciente de que estas serán nuestras últimas vacaciones a solas en una buena
temporada. Bueno, técnicamente “ya no estamos solos”, como me dijo Lilian ayer
al cruzar el puente de Toroella de Montgrí en búsqueda de este pueblo-urbanización
de ambiente familiar y relajado. Aunque aún se encuentra enclaustrado en su
idílico paraíso uterino, Martí ya está aquí. En cada conversación, en cada
sueño de futuro, en cada pequeña decisión tenemos en cuenta lo que intuimos
será mejor para él.
Durante la siesta después de comer, sufro ensoñaciones
sudorosas. Me veo persiguiendo a Martí por la playa, gruñendo y mostrando los
dientes, mientras intenta dar caza a una gaviota asustada. Afortunadamente,
Lilian me despierta pidiéndole que le alcance un poco de agua… y que aproveche
para, ya que estoy de pie, quitar el mantel que aún está sobre la mesa,
encender el ventilador, revisar la cisterna que gotea y bajar la persiana un
poco más… Es lo que algunos padres primerizos refieren como el “complejo de
mando a distancia”. Ay, la que me espera.
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