miércoles, 11 de julio de 2012

Diario de Verano (1)


Pues eso, primer día de vacaciones en este verano que se presenta atípico, de cambio, de crisis, de que nada volverá a ser lo mismo. Se me antoja hacer el paralelismo entre lo que me espera en la vida personal y lo que nos espera en el ámbito económico y social, pero una vocecita interna me pide que no lo haga, que descanse… a ver si le logro hacer caso. Una playa peculiar nos esperaba, a un palmo de la desembocadura del Ter, y con un mar frio y furioso que no nos acabó de seducir para remojarnos en él. El viento constante y fresco no deja sentir la sensación de calor, pero el sol alto y flagrante nos obliga a no bajar la guardia, a embadurnarnos de cremas protectoras y a no quitarme el sombrero cubano de palma que me confiere una pinta curiosa, por no decir chistosa.
Luego de una noche de buen dormir, estaba espabilado y el cuerpo me pedía leer un rato, mirar el mar, charlar sin rumbo preciso. Claro, no todo es placer, y tuve que compaginar mi ‘no-hacer-nada’ con la intermitente tarea de adiestrar a la Nea, con el objetivo de intentar reprimir el instinto juguetón que le llena cada rincón de sus 2 quilos y medio de minúscula envergadura, y le impele a perseguir cualquier cosa, persona o animal que ose  correr libremente a su alrededor. Es difícil explicarle a un guiri cualquiera que la perrita no muerde, que no hace nada, que sólo quiere jugar, cuando sus pequeños retoños corren despavoridos con la susodicha perríta arremetiendo sus talones y gruñendo como cancerbero. Así que primero intenté con gritos recios para cortar la envestida,  luego intenté distraerla con juegos y caricias para que no notase la cercanía de ‘la presa’, y finalmente opté con el recurso de atarla a la pata de la silla y cortar las tonterías de raíz… vamos que el adiestramiento no será cosa de una mañana, y su ‘instinto asesino’ (según lo perciben algunas de sus víctimas) tardará en remitir. Y claro, siempre podría proponerme que a mi próxima mascota le enseñaré a entretenerse de maneras más civilizadas que gruñir y morder amigablemente a cualquier objeto o persona que entre en su campo visual… pero sinceramente, tiene su punto lúdico reivindicativo ver el poder que puede tener un bicho tan chiquito.
Lilian estaba radiante sentada en su trono plegable. Su cuerpo está hecho para el mar, la playa y el sol. Empiezo a tomarme en serio sus reiterativas  bromas de que deberíamos pillarnos una casa en Cabo de Gata e irnos a buscar la vida, a dejarlo todo y empezar desde la nada. Ya veremos. Soy hombre de metas de corto plazo, y de momento intento ser consciente de que estas serán nuestras últimas vacaciones a solas en una buena temporada. Bueno, técnicamente “ya no estamos solos”, como me dijo Lilian ayer al cruzar el puente de Toroella de Montgrí en búsqueda de este pueblo-urbanización de ambiente familiar y relajado. Aunque aún se encuentra enclaustrado en su idílico paraíso uterino, Martí ya está aquí. En cada conversación, en cada sueño de futuro, en cada pequeña decisión tenemos en cuenta lo que intuimos será mejor para él.
Durante la siesta después de comer, sufro ensoñaciones sudorosas. Me veo persiguiendo a Martí por la playa, gruñendo y mostrando los dientes, mientras intenta dar caza a una gaviota asustada. Afortunadamente, Lilian me despierta pidiéndole que le alcance un poco de agua… y que aproveche para, ya que estoy de pie, quitar el mantel que aún está sobre la mesa, encender el ventilador, revisar la cisterna que gotea y bajar la persiana un poco más… Es lo que algunos padres primerizos refieren como el “complejo de mando a distancia”. Ay, la que me espera.

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Elucubraciones y Reflejos