jueves, 12 de julio de 2012

Diario de Verano (2)


Segundo día de vacaciones, y mis cervicales se quejan de algo. Algunos dirán: “claro ahora es cuando sale la tensión acumulada”. Vaya putada. Pero algo de cierto debe tener eso de que el cuerpo pasa factura del esfuerzo al que le hemos sometido durante los intensos meses de trabajo, porque aquellos días en que aguantaba como un campeón hasta la 1 o 2 de la mañana o que madrugaba si el laburo lo requería, han quedado atrás. Ahora no paso de las 11 de la noche y caigo como un tronco en cualquier posición y locación. A lo mejor esa es la raíz de mi problema de cervicales… llevo 2 noches cayendo rendido en el sofá de este apartamento de alquiler, mientras mi cuerpo se va encorvando sobre sí mismo hasta asumir una postura cuasi fetal con giro invertido de cintura. Todo esto, cuidando que ninguno de mis cabezazos somnolientos o de mis contorsiones esqueléticas osen impactar sobre el cuerpo de Lilian –y por extensión, el de Martí-, dueña y señora del otro 50% del sofá.


Desde que llegamos, el reloj marca las 10:10, lo cual me ha parecido un regalo fantástico del destino, pues las 10:10 es una hora buena para todo; si te acabas de despertar, te da la impresión que es suficientemente temprano como para aprovechar el día; si llevas ya un rato despierto, te da la impresión de que ya puedes desayunar; si es de noche, piensas que hay tiempo como para preparar la cena tranquilamente; y si, como ahora, es la hora de la siesta, simplemente pasas del reloj. Es lo más parecido que he vivido a eso que describen como “detener el tiempo”, y la verdad es que da gusto no regirse por el tic-tac del reloj, sino por el grum-grum de la barriga, o algún otro sistema de alarma de nuestros relojes biológicos.

La Nea sabe mucho de eso. Su cola funciona como un termómetro de su estado anímico, de sus necesidades fisiológicas, o de su deseo de jugar. El problema es que hoy por hoy, tenemos ritmos descompensados y mientras Lilian y yo intentamos descansar al máximo posible, la perrilla intenta jugar o pasear a toda hora, y su cola se mueve tanto y a tal velocidad constantemente, que sufro de pensar las agujetas que tendrá al terminar esta semana. Sus cortas siestas son súbita y constantemente interrumpidas por los ruidos de los vecinos, por el jolgorio proveniente de la piscina, por el graznido de una gaviota, por el lejano murmullo del viento o las olas del mar, o por nuestros errantes movimientos encontrando la postura en el sofá. Cualquier cosa que ocurra a su alrededor es interpretado como una invitación a ir de paseo, a ladrar, a jugar. Y ya espabilada, se pone bastante pesada hasta que le hacemos entender que no, que aún no vamos a la calle o que ahora no es momento de jugar. Pobrecita mía, no sé si sus expectativas se verán frustradas y el próximo año nos dirá que prefiere quedarse en casa o irse de campamento canino.

Lilian se ha quedado dormida a mi lado, y me paso unos minutos observándola: primero, me lleno de envidia al ver lo bien que tiene cogida la postura en el sofá; ni un cabezazo, ni un gesto torcido, ni un atisbo de cervicales adoloridas… ¿será que mi cabeza pesa más de lo normal? Luego, me fijo en su vientre prominente durante un buen rato; de tanto en tanto se intuye un suave movimiento, una sutil ondulación bajo la lisa superficie del vestido, una serie de golpecitos nerviosos (hipo) de nuestro bienamado Martí. Me recorre un escalofrío emotivo por la espalda, mezcla de asombro, esperanza y susto. En algunas semanas ese bulto abdominal estará en nuestros brazos, demandando atención, cariño, cuidados… y llenando nuestra vida de un nuevo y luminoso sentido trascendental. Mis ojos se fijan en algo que sobresalta haciendo contraste con en el vestido salmón claro de Lilian… ¿unos pelitos? El escalofrío es puro susto en esta ocasión, pues instantáneamente me recuerdo que me estuve sacando pelitos de la barba (costumbre por demás, desagradable) en la habitación, y que seguramente no me percaté de que el vestido de Lilian estaba cerca, y se lo he puesto fino… ¿podré sacudírselo sin que se dé cuenta? Es una zona sensible por la cercanía de Martí y los instintos maternos son fuertes, pero dejar los pelillos allí podría desatar otros instintos igualmente impredecibles. Así que me arriesgo y me inclino para sacudirle el vestido, pero como era de imaginar, se despierta inmediatamente. Yo disimulo diciéndole que sólo intento alcanzar el manual de bienvenida a los apartamentos, colocado de su lado del sofá, con el fin de ver a qué hora cierra el bar (¿?). Como no se vuelve a dormir inmediatamente, estiro mi coartada hojeando tranquilamente el manual. Y así, sin quererlo, me percato de que la hora de Check-out es nada más y nada menos que las 10:00. No era un regalo del destino. No se ha detenido el tiempo. El reloj marca esa hora como un testimonio ineludible de que haga lo que haga, algún día llegarán las 10:10, y eso significará que las vacaciones han terminado… No sé si será el dolor de cervicales, la perra moviendo la cola sin parar o el mal presagio de que Lilian descubra los pelillos, pero tengo una imperiosa necesidad de ir a hacer el pino a la piscina sin pensar en nada más… 

No hay comentarios:

Elucubraciones y Reflejos