Mi madre siempre lo supo.
O al menos eso fue que me dijo cuando llegué corriendo con la noticia a casa. Le
conté como mi maestro de Historia de las Culturas Vencidas (asignatura impuesta
en los dominios del Nuevo Imperio Chino, del cual España forma parte desde el
2019) había hecho una excelente holopresentación (la educación universitaria en
el imperio es totalmente virtual, con profesores impartiendo los cursos desde
china, holografiados a cientos de provincias del imperio) en la que se dedicó a
derrumbar unos cuantos mitos de la cultura norteamericana. De todos los que
habló, el que más me impresionó fue la historia de Neil Armstrong y los supuestos
viajes a la luna… Mi madre me escuchó atentamente, mientras me preparaba un
zumo de naranja con uno de esos exprimidores eléctricos anticuados. Merendamos juntos,
charlando desenfadadamente de lo que había escuchado en clase, y cuando ya
habíamos cambiado al tema de mi idea de dejar la universidad, escuché a mi
padre entrar por la puerta. Mientras mi padre dedicaba unos minutos a achuchar
a nuestra anciana mascota Nea, y yo me disponía a ir a saludarlo, mi madre me
dijo en secreto… “ehhhh, no sé si a tu padre le sentará bien la noticia… para
tu padre es muy importante… lo de Armstrong, digo…”. Me pareció que estaba de
guasa, y que estaba siendo irónica al respecto de la otra “noticia”, la de
dejar la universidad. Así que le di dos besos a mi padre y luego de las
preguntas de cajón iniciales, le dije: “papá, ¿a que no sabes qué? Lo del
hombre en la luna era mentira… Neil Armstrong nunca pisó la luna, ni nadie lo
ha hecho nunca!”. Le repetí todos los detalles que nos había dado el profesor
Nashuri, y además le conté que la noticia me había impresionado tanto porque me
había hecho recordar las noches que pasábamos viendo la luna y los planetas por
el telescopio que me regaló cuando cumplí los 10 años… No seguí hablando porque la mirada de mi padre
se perdió en la nada. En cuestión de segundos, su expresión se fue tornando
seria y luego enfadada, y antes de que yo pudiera preguntarle que le pasaba,
soltó un sonoro “Me cago en todo lo que se menea!”. Sin decir nada, salió
disparado hacia el estudio, y se puso a remover muchas cosas. Vi a mi madre en busca
de una respuesta, y me dijo lo que las madres dicen: “te lo dije…”. Se dio cuenta
de que no me enteraba de nada y continuó comprensiva… “hace muchos años, justo
antes que nacieras, empezó a escribir una novela sobre la culpa de cargar con
una mentira que ha cambiado la historia… el personaje central era Neil
Armstrong…”.
Mi padre volvió del estudio agitando unos folios por lo alto de su
cabeza, vociferando un poco alterado: “¿lo veis? ¿lo veis? 25 años guardando
esta historia, esperando el mejor momento para editarla y publicarla, y ahora
resulta que ya no sirve para nada porque la ficción que me había inventado,
resulta ser la pura verdad… ¿por qué siempre me roban mis historias?... ”.
Abrió los ojos como platos, como si se hubiese dado cuenta de algo, y dijo algo
así como “no, no, no, esta no me la roban…”, y se volvió a dirigir al estudio a
seguir removiendo cajas… Volví a ver a mi madre, quien supo interpretar mi
mirada y me dijo en voz baja: “antes de que saliera la película ‘Vicky,
Cristina, Barcelona’, tu padre había empezado una novela que se llamaba ‘París-Roma-Barcelona’,
sobre otro tema totalmente diferente pero no le apetecía nada la idea de
cambiarle el título a su historia, y al mismo tiempo sabía que con ese título
parecería una especie de copia cacofónica y perdería fuerza… nunca la terminó…
y hay por lo menos otros 2 casos de novelas-frustradas por distintas razones”. Mi
padre volvió con otro manojo de folios apretados en la mano, se dirigió a mí
con rostro serio y contundente: “Martí… no dejes tus sueños en manuscrito, o
alguien más los publicará…”. Le dio un beso a mi madre en la boca y le dijo: “ésta,
nadie me la roba… me voy al estudio, a revisar el manuscrito del “libro de los
pequeños placeres”, ¿vale?, y luego lo miras tu y lo mandamos a alguna
editorial, ¿Vale?, yo hago la cena, pero ahora necesito un rato para revisarla
y acabarla… Mañana llamo a ese tu amigo que es editor…¿vale?”.
Salió hablando para sí
mismo, encendió el ordenador y puso uno de sus CDs favoritos, esos que deja
sonar como mantras sin parar… Yo dije en voz baja, “pues nada, ya le diré lo de
la universidad otro día…”. Mi madre tenía la cabeza en otro sitio, pero alcanzó
a preguntarme “¿y qué piensas hacer si dejas la universidad?”. No sé de dónde
me salió la voz, pero dije “voy a ser escritor”. Mi madre sonrió, y aunque no
dijo nada, sus ojos brillantes gritaban a los 4 vientos “eso también lo sabía…”
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