domingo, 15 de julio de 2012

Diario de Verano (3 y 4)


Fin de semana completo en el apartamento de la playa, con visita-comida familiar, larga sobremesa de tertulia política a la luz de una (¿o dos?) botella de vino,  jornada de ahogadillas en la piscina abarrotada, y turnos para la ducha nocturna.  La familia Romano-García, formada por Pere, Amparo y la espabilada Paula, llegaron para ocupar la habitación  que hasta ahora cumplía la función de trastero, y para insuflarnos un poco de su vitalidad.


La relación entre la Nea y Paula (de 5 años) ha ido mejorando con el correr de los tiempos, a base de charlas tranquilizadoras cuando alguna transgredía los límites de la otra, ofreciendo refuerzos positivos cuando la interacción resultaba pacífica y mutuamente satisfactoria, o simplemente dejándolas en paz para que lograran avenirse sin la intromisión de amos y padres respectivamente. Las casi 30 horas de convivencia han marcado un hito en sus relaciones, hasta el punto de que yo, amo sobreprotector de la Nea, me sentí totalmente tranquilo y seguro de dejar que Paula condujera a Nea cogida de la correa por las calles del centro histórico de Torroella. Bueno, tuve un súbito ataque de taquicardia con sudores incluidos en 1 esquina en la que la Nea se abalanzó a cruzar la calle sin ver a ambos lados (ay que ver, con la de veces que se lo he dicho), pero afortunadamente solo el aire pasó por allí. Mi enfática y tartamúdica recomendación a Paula de coger bien a la Nea en las esquinas, fue bien pillada por la aludida, pero sobre todo por la buena de Amparo (silenciosa testigo de mi pálida agitación), quien a partir de ese momento se implicó en recordarle a Paula la justa precaución esquinera. Lilian estaba bastante relajada, primero porque en términos generales es mucho más confiada que yo, y segundo porque estábamos en una zona peatonal en un domingo a media tarde, con lo que el riesgo real de que un todoterreno pasara a toda pastilla por aquellas minúsculas calles era sencillamente bajo.


El clima fue un poco inestable durante estos 2 días, con ráfagas de nubes y viento que nos despeinaban de improviso y nos disuadieron de sumergirnos libremente en el mar o en las afluentes de los ríos, pero nuestras pieles han ganado 4 grados en la escala de bronceado (según el índice de L’Oreal, claro) y no hubo necesidad de desdoblar la ropa de abrigo ni siquiera por la noche. Lo de la piel dorada fue curioso, porque aunque hubo 2 o tres momentos en los que nos descubrimos el torso y nos dejamos abrasar por la cálida luz del sol, intuyo que la mayor exposición al sol fue prácticamente inadvertida y fortuita, en nuestra caminata a la Gola del Ter. Por cierto, el nombre de este accidente geográfico presagiaba un espacio natural imponente y salvaje, pero en realidad resultó ser un remanso de tranquilidad y paz muy recomendable. O eso me pareció, hasta que viví mi otro episodio angustiante del fin de semana…


La entrada del Ter en el mar forma un brazo de unos 50 metros de ancho y profundidad indeterminada. Ambos lados de la desembocadura son de fácil acceso, tanto si se viene en vehículo o andando desde las playas aledañas. Por ello, es un sitio muy frecuentado por familias enteras con sus perros y perras. Uno de los tantos canes que correteaba libremente por la zona se lanzó a cruzar el rio, sin aparente causa ni motivo, y peor aún sin compañía humana. La Nea y yo nos quedamos petrificados mientras mirábamos cómo la corriente se iba llevando al perro hacia el mar, pese a sus esfuerzos por ¿nadar? presuntamente hacia la playa opuesta. Yo me estaba fatigando de verle, y la Nea no sabía si ladrar, llorar o pirarse para no ver el triste desenlace. Nuevamente Lilian impuso su Zen sobre mi inquietud, diciéndome casi despreocupadamente: “debe ser un perro de aguas”. No sé si lo era o no, pero el perro llegó a buen puerto, jugueteó un poco sobre la arena, y volvió a tirarse al agua para volver a su lado del río. Ahora éramos 3 quienes seguíamos con avidez la hazaña canina, lanzando hipótesis y preguntas sobre su resistencia, sus motivos, sus habilidades, y sobre su anónimo, puñetero y negligente amo. O ama.


En fin, al margen de estos episodios de zozobra anímica, el fin de semana fue una gozada por la compañía, por la comida y por la bebida (¿sabíais que la Xibeca se llama así por las lechuzas?). Y porque soy consciente de que mis episodios de ansiedad con las mascotas propias y ajenas son quizá, mi retorcida versión de las contracciones de Braxton-Hicks… Son la manera de irme preparando ante la (cada vez más) cercana tarea de ser padre, de ir entrenando el alma para este estira y encoge constante que implica ser persistentemente responsable de la vida y el bienestar de otro ser humano, de irme haciendo a la idea de que he de cuidar a alguien que depende de mí … aceptando que no todo depende de mi, de ir gestionando mi ansiedad ante la incerteza, de… Mi pensamiento se interrumpe porque hace rato que  no veo a la Nea… ¿se habrá escapado o tirado por el balcón?... No, es sólo otra contracción…

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Elucubraciones y Reflejos