Será que yo soy la niña de mi padre,
será que mi padre era tempestad y calma a partes iguales,
que ahora que su cuerpo se ausenta,
su cuerpo echo en falta.
Y así me surge crear estas letras,
para revivir su cuerpo
y encontrar consuelo.
Tus ojos verdes la verdad reflejaban,
la verdad de tu inmensa bondad.
En el verde de tu mirada
tu niña haya la fuerza,
esa fuerza mía para rebelarme,
a veces rebelarme hasta a tus gestos y palabras.
Tu sonrisa la más grande,
sincera y cariñosa.
Tu sonrisa y tu risa
contagian cualquier poro de mi piel,
las ganas de vivir y continuar adelante.
Sé muy bien de tus manos creadoras,
constructoras de mundos cálidos,
la madera tu compañera,
el ingenio patrimonio
que nos has regalado.
De tu mano caminé infinitas veces,
a veces por el mismo camino,
otras tantas por rutas diferentes,
y siempre te siento a mi lado.
De tus manos los mejores presentes,
me has donado la paciencia,
el sentir y la pasión por compartir.
Tu espalda infinita,
espalda en la que perderse
a jugar de chica o de grande.
Con una gran mochila transitabas,
aunque ligero de equipaje
como explorador insaciable.
Siempre con ganas de rascarse,
en un marco de una puerta,
o en la corteza de un gran roble.
Y qué decir de tus pies,
tus raíces en la Tierra,
sustentando tu cuerpo,
tu cuerpo libre, firme y soñador.
Esos pies con chancletas
en verano entre los campos.
Esos pies descalzos en la arena,
pies de atleta nadador,
recorriendo mil millas,
descubriendo mundos sumergidos.
Alma y cuerpo de trapecista,
arriesgando valiente.
Siempre de la mano
de la mejor compañera,
mi madre tu sustento,
tu red en la pista.
Somos ahora tu sangre en la Tierra,
herencia de tu generoso legado.
Agradezco cada uno de los instantes,
cada momento a tu vera.
Abrazada a ti me siento capaz,
capaz de seguir luchando por mis sueños.
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