sábado, 11 de mayo de 2013

Sonriendo al pasado...


Ayer cambió el rumbo de la historia en mi país, Guatemala. Ayer finalmente se pusieron los puntos en una herida que llevaba tiempo supurando pus, y que había extendido su infección hasta lugares recónditos del tejido social guatemalteco. Ayer la justicia fue valiente y por primera vez en latino américa sentenció a un dictador en su propia tierra, trastocando los pilares de un modelo de estado que se ha construido sobre el autoritarismo, la impunidad y la defensa de los poderos. Rios Montt, el "carismático" dictador ha sido condenado por genocidio y crímenes de lesa humanidad, y pasará el resto de sus días en prisión. Lo condenaron como máximo responsable de las decenas de masacres perpetradas al pueblo Ixil, pues como jefe de estado (1982-83) era consciente y aprobó que aquellas matanzas se realizaran como parte de una estrategia explícita y deliberada del ejército.

Vivir este momento desde la distancia, ha sido una experiencia bastante extraña. Aunque José Pablo Porres ya lleva semanas publicando en FB reflexiones sobre lo que este juicio podía significar para Guatemala, su gente y su historia (que no sólo es el pasado, sino también su futuro), debo confesar que no me interesé demasiado en el tema, porque una parte de mi era bastante escéptica con las posibilidades del fallo. Sin embargo, otro amigo, Juan Pablo Castillo recomendó un artículo muy interesante hace un par de días, y al leerlo ya me fue imposible seguir de espaldas a lo que pasaba. En los últimos días he estado pendiente al veredicto, y desde que lo conocí esta mañana, llevo el día envuelto en recuerdos y emociones encontradas...

Fue curioso que justo fueran estos dos amigos, los Pablos, quienes a su modo y sin saberlo me fueron preparando para encajar la noticia, pues junto a ellos vivimos experiencias fantásticas y duras, conociendo y conviviendo con victimas del conflicto armado en Guatemala, mientras formábamos parte del Voluntariado de la universidad donde estudiábamos. Siempre he pensado que nuestra amistad (y la que guardamos con otras personas del voluntariado), tiene uno de sus pilares en haber "despertado" juntos nuestra consciencia social, en habernos adentrado en la cruda historia de nuestro país, en haber compaginado las fiestas y las risas propias de la juventud, con la acción social comprometida en las comunidades de Ixcán, Potrerillos, El Quiché y en tantos otros sitios...

Luego de salir de la universidad,  tuve la gran oportunidad de dedicarme profesionalmente durante algunos años a trabajar muy de cerca con sobrevivientes de masacres perpetradas justo en los años que gobernaba Rios Montt. Como psicólogo comunitario, fui testigo directo de la terrible huella que aquellas experiencias había dejado sobre las personas, las familias, las comunidades enteras. Mucho de mi trabajo consistía en intentar aliviar emociones malsanas que se anidaban en los corazones de aquellas personas: culpa ("quizá nos pasó esto porque lo merecíamos"), rencor ("¿cómo vamos a poder perdonar, si los asesinos siguen libres?"), miedo ("cada vez que pasa un helicoptero cerca, mi hermana se orina encima"), desesperanza ("se llevaron nuestra milpa, nos arrancaron la vida"). También tuve la gran fortuna de presenciar reencuentros familiares, entierros dignos de osamentas que yacían en cementerios clandestinos, reconciliaciones comunitarias. Pero sobretodo presencié la fuerza de aquellas personas y su inquebrantable voluntad para buscar justicia, para esclarecer la verdad, para limpiar el nombre de sus muertos, para encarar el futuro pensando que el pasado no volvería nunca más.

Nadie sabe a ciencia cierta lo que la condena a Rios Montt significará para la humanidad. Mucho hay escrito y mucho se escribirá sobre su impacto en términos simbólicos, sobre como este mensaje claro contra la impunidad puede ser un freno para la escalada de violencia social, sobre los cambios en la estructura del poder que puede suponer... La historia nos irá descubriendo su rostro. Pero desde la distancia estrecho la mano de esos cientos de personas con quienes he compartido la esperanza de que la historia nos devolviera o nos mantuviera con ganas de luchar por la verdad y por la justicia.

Esta mañana, mi hijo Martí de 9 meses, tocó por primera vez la marimba que tenemos en casa... Una parte de mi sabe que lo hizo como suele hacer muchas cosas en estos días... sin saber bien el significado de lo que hace, sin entender la trascendencia de sus pequeños pasos. Pero otra parte de mí, quiere creer que sus genes  y su consciencia parcialmente guatemalteca, le han propulsado los músculos, las neuronas y el espíritu para unirse a la celebración de los hombres y mujeres de maíz que hoy, luego de 30 años, sonríen al futuro... y sonríen al pasado.  

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Elucubraciones y Reflejos